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jueves, 9 de diciembre de 2010

Capítulo 3 – Conociendo a Sugutupú


Una vez superada la fase de terror, comenzó a surgir en mi una gran curiosidad sobre aquello que había visto. Me di cuenta de que el miedo sentido era totalmente infundado, ya que sólo se basaba en el aspecto físico del bicho. Poco a poco ese miedo se convirtió en un malestar, un sentimiento de culpabilidad; ¡ni si quiera pudo mostrarnos si era bueno o malo! y tampoco se le vio intención alguna de lastimarnos.

Pese a que Éire aún seguía aterrada y no quería saber nada ni del Retiro ni de Sugutupú, le propuse ir otra vez al parque para ver si le veíamos e intentar conocerle. Como era de esperar, ella se negó rotundamente. También se negó a que fuera yo solo porque temía que me pudiera pasar algo. Sin embargo, finalmente logré convencerla para que me dejara ir sin que ella se preocupara ni enfadara.

sábado, 26 de septiembre de 2009

Capítulo 2 – El primer encuentro

En el anterior capítulo (leer Sugutupú más abajo) conté de forma breve la historia de Sugutupú mencionando, al final y en muy pocas líneas, cómo le conocí. Creo que es absurdo seguir adelante sin dar más detalles, motivo por lo que es lo siguiente que voy a hacer.

Todo comenzó una calurosa tarde de verano junto al Estanque Grande del Retiro, famoso por ser el único en el que se pueden alquilar barcas y montar en un barco solar. La fecha concreta fue el 14 de agosto de 2005. Ese día fui con mi novia a este hermoso parque a hacer un poco de ejercicio.

Primero comenzamos a correr a lo largo de los senderos de tierra bajo la sombra de los árboles que amortiguaban el intenso calor. Durante un largo rato estuvimos asustados pues teníamos la sensación de que alguien nos seguía. Sin embargo, cuando nos parábamos para mirar, no había ni huella de ningún ser a nuestro alrededor. Tan sólo vimos una familia de gatos echando la siesta y una paloma buscando comida. Aún con la sensación persecutoria nos sentamos en la hierba a ejercitar las abdominales y practicar algunos estiramientos musculares. Estábamos la mar de relajados cuando escuchamos:

- Y uno, y dos, y uno, y dos...
- ¡Oye! ¡Deja de reirte de mi! - Le dije a mi novia.
- ¡Yo no he sido! - me respondió – Aquí hay alguien que nos está siguiendo. ¡Estoy segura!
- Deja de tener paranoias y vamos a seguir. ¿Quién nos va a seguir? Estamos sólos. Tan sólo hay una pareja aquí cerca y están entretenidos en su mundo.
- No, te juro que noto que hay alguien aquí. Y es el mismo que nos estaba siguiendo. Pero... ¡no se le ve!

Justo después de eso se escucharon chasquidos bajo algunas hojas caídas y percibimos algo moviéndose por debajo de ellas.

- ¡Ey! ¿Quién anda ahí? - grité
- ¡nadie! - me contestó la misma voz de antes.

Ante la contestación nos quedamos totalmente estupefactos. Sin embargo, fuera lo que fuera lo que estaba hablando dejó de contestar y pareció haber desaparecido. Nosotros, asustados, nos fuimos corriendo del lugar y nos fuimos a hacer el siguiente punto del plan: montar en barca.

Mientras navegábamos no vimos nada fuera de lo normal. El agua seguía igual de sucia, los peces carassius y las carpas seguían igual de gordos y ambrientos que siempre, la gente seguía tirando la basura al estanque creyendo que nadie miraba, algunos jóvenes haciendo el loco bajo el riesgo de caerse de la embarcación...

Pero poco antes de que llegara el final del viaje escuchamos gritar a los niños que disfrutaban de un tradicional espectáculo de marionetas en el paseo adyacente al estanque. Después de los niños gritaron los adultos, algunos de los cuales salieron corriendo despavoridamente. Acto seguido vimos una bola grande de pelo saltar del paseo al agua. Dicha bola de pelo se sumergió y nadó hasta la otra orilla en a penas un segundo, momento tras el que desapareció.

Justo en ese momento los responsables de las barcas, quienes parecían no haberse percatado del incidente, comenzaron a avisar del cierre del recinto, por lo que tuvimos que regresar al embarcadero. No obstante, tras dejar la barca fuimos corriendo hacia el punto donde había desaparecido la bola de pelo nadadora.

Empezaba a caer la luz y el frío se apoderaba poco a poco de todos los rincones del parque. Aunque llevábamos poca ropa, esto no nos hizo marcharnos del parque. Teníamos intriga por saber qué había pasado; qué era esa bola de pelo que habíamos visto. Estábamos seguros que algo tenía que ver con la voz que antes nos había hablado.

Al llegar a la zona no nos encontramos con nada fuera de lo normal. Había gente sentada al borde del estanque: unos tocando la guitarra, otros esuchando música con sus auriculares, otros contemplando cómo era el anochecer desde esa perspectiva... era absolutamente el mismo panorama de todos los días.

Pasó casi una hora y lo único que había cambiado era la iluminación: la luz natural apenas se dejaba notar mientras que las farolas nos protegían de las tinieblas. Como empezaba a hacerse un poco tarde y el frío estaba cada vez más presente, decidimos sacar los bocadillos que nos habíamos llevado para comérnoslos.

Y fue justo cuando estábamos en ello cuando sucedió lo más raro de todo: la misma vocecilla de antes volvió a sonar.

- Mmmmm ¡rico!
- ¿Rico? ¡No me robes mi comida! - gritó Éire (así se llama mi novia, por cierto).
- Comida tuya no, comida mía sí – respondió la voz
- ¿Quién eres? - dije yo.
- ¡Sugutupú yo soy! Jijijijiji - contestó risueña la voz
- ¿Suku qué?
- ¡Sugutupú, idiota! - me dijo Éire.
- Tú no respetar. Tratarle debes mejor - contestó Sugutupú.
- No sé quién eres. ¡No me digas cómo debo de tratar a la gente! ¡Lo hago como yo quiera! Y por lo menos podrías mostrarte para ver quién eres.

Inmediatamente Sugutupú se presentó ante nosotros. Al ver lo extraño que era el pobre pegamos un grito y ante la estupefacta mirada de la gente salimos corriendo dejándonos todo en el banco donde nos habíamos sentado.

Tras esta experiencia decidimos no volver al parque durante un tiempo. Aunque hubiéramos perdido las mochilas con muchas cosas dentro no quisimos ni saber qué había sido de ellas. La verdad es que ese primer encuentro causó un gran trauma que no nos dejó dormir bien durante más de una semana.

martes, 12 de agosto de 2008

Capítulo 1 - Sugutupú

Quien se haya leido ¿Qué es el Sugutupú? se estará haciendo más de mil preguntas. Pero la más importante de todas, la que más intriga causa es: "¿Por qué una cosa así va a querer tener un blog?". También muchos se preguntarán: "Con esa forma tan rara... ¿Cómo va a escribir?".

Bien, a continuación estas dos preguntas hallarán su respuesta. El primero de muchos secretos va a ser desvelado.

Hace muchos, muchos, muchísimos años, en la época de Felipe IV, Sugutupú vivía feliz en su territorio aprendiendo todo lo que podía de los animales que observaba. Se consideraba un amante de la naturaleza y por ello quería saberlo todo de ella. Desde hacía siglos se dedicaba a observar la evolución de las especies y, como no, a robarles sus mejoras (y empeoramientos). Por aquella época era muy feliz. Pero su vida se convirtió en un calvario cuando el humano propietario de sus tierras, el noble Fernán Núñez, llegó a caballo junto a un hombre que se daba aires de grandeza así mismo: El propio Conde Duque de Olivares.

Éste, bien vestido con pieles y un sombrero más grande que un campo de fútbol y un bigote maś largo que un día sin pan, tenía una gran sonrisa que casi rodeaba su cabeza entera. De pronto firmaron con pluma un papel y justo al enrollarlo, Olivares se fijó en el Sugutupú. Fernán le dijo que era un animal extraño que siempre había estado ahí pero que nunca le había molestado, e incluso que le había ayudado (en sus ratos libres a Sugutupú le gustaba labrar el terreno). Pero el Conde Duque no quería un labrador, quería el terreno.

- Da igual que haga incluso oro. Este terreno es el primero que conquisto y va a ser todo para mi. - dijo el muy egoísta.

Así que a partir de ese momento, Sugutupú se veía constantemente amenazado. Todo un ejército iba a por él y los árboles que le servían de escondrijo poco a poco fueron cayendo. El pobre animal se veía en grave peligro. Afortunadamente, su afinada visión le permitió ver a un topo escondiéndose bajo la tierra. Y le imitó.

Durante los primeros meses, Sugutupú no quiso salir a la superficie. Estaba tan tan tan tan tan aterrado que juró que iba a vivivir siempre bajo tierra. Prometió, también, no volver a ver a ningún humano, ya que nunca había conocido a un ser tan despiadado.

Pero no tardó en picarle la curiosidad cuando empezó a escuchar mucho ruido de fuera y el terreno empezó a hundirse, incluyendo una pequeña caverna que había construido. Entonces, tras medio año de oscuridad, Sugutupú volvió a ver la luz exterior para confirmar que sus temores no eran falsos: Los hombres estaban destruyendo su territorio para construir un palacio.

Los siguientes dos siglos de vida fueron los peores de todos para Sugutupú. Se sentía deprimido, engañado, expoliado, porque podía aceptar a sus inquilinos; el problema es que ellos no a él Pero en 1868 sucedió un milagro: La monarquía, la propietaria "ilegal" del terreno había caido. Y los jardines del Palacio pasaron a manos municipales. Lo que hasta ahora había sido un sitio exclusivo para los reyes, se convirtió casi de golpe en un lugar para los madrileños, los ciudadanos de la villa que creció alrededor del territorio de Sugutupú.

De todas formas, durante los años 30 del siglo XIX, Sugutupú se decidió a hablar con un humano. Eligió a un joven inglés que andaba perdido por los jardines y que había obtenido un pase especial comoinvestigador. Pero el calor del verano le causaba mareos y le desorientaba. Sugutupú le llevó agua y se puso a hablar con él. Sugutupú le vio como una persona muy interesante y como su alma gemela humana, porque el británico también estaba muy interesado en la evolución de las especies. Sugutupú se escandalizó cuando le contó que entre los humanos esa era una teoría prohibida porque "todas las especies han sido siempre iguales porque Dios así las creó". Entonces Sugutupú le contó todo lo que había visto a lo largo de los siglos y le desveló uno de sus grandes secretos, el que le había permitido vivir tanto tiempo: La ley del más fuerte.

El inglés no estuvo muchos meses en Madrid, porque se encontraba haciendo un gran viaje alrededor de las corrientes oceánicas. Pero en menos de 50 años, Sugutupú volvió a tener noticias de su amigo "el aprovehado": Se había hecho famoso entre los humanos gracias al secreto de Sugutupú.

Más de 170 años pasaron hasta que este extraño ser perdonó a ese naturalista humano y decidió volver a hablar con una persona. Eligió a un joven madrileño que estaba sentado bajo un árbol tomando la sombra. Al principio el joven le tenía miedo, pero con los años fueron tomando confianza. Hasta que en el verano de 2008 Sugutupú le pidió a su amigo que hiciera llegar a todo el mundo sus historias, aquellas que durante tantos años había vivido. Y ese amigo es el que estas líneas escribe.